Como virtuoso intérprete y compositor, Carlos Paredes es sin duda una de las figuras más importantes de la cultura portuguesa del siglo pasado, una figura que los apresurados balances de fin de siglo tienden a confundir y, a veces, a hacer casi inverosímil por su necesidad de decisiones absolutas.
A través de los sonidos de su guitarra portuguesa, Carlos Paredes produjo una síntesis emotiva y sensible de nuestra forma de vida y ser colectiva. Hombre culto pero humilde, generoso pero a menudo insondable, amable e inspirado, discreto y desconcertante, impresionó a todos los que tuvieron el privilegio de codearse con él, tanto en el escenario como en la vida.
Personalmente, nunca olvidaré el entusiasmo de las ovaciones de pie de miles de personas, durante los sucesivos bises, en Italia, Alemania, Holanda o Suecia, inmediatamente después de la Revolución del 25 de abril de 1974, convirtiéndolo en el célebre embajador de una nación que acababa de recuperar su libertad. No podemos hablar del artista Carlos Paredes sin mencionar también al ciudadano atento, comprometido y siempre inquieto, al hombre que nunca cedió ante los dogmas ni se dejó cegar por falsas evidencias, al creador que nunca se emborrachó con el éxito ni sucumbió a la autoconvicción.
Perfeccionista, Paredes nunca se conformó con la comodidad ni con la mediocridad ni con la inmediatez y el pragmatismo de las conveniencias comerciales. Su conciencia ética y artística siempre estuvo por delante. Por eso fue y siempre será uno de los más grandes de todos los tiempos.
Este es el Carlos Paredes a quien ahora rendimos homenaje. Este es el Carlos Paredes que el Portugal democrático admira y aprecia. Este es el Carlos Paredes que permanecerá inmortal en la memoria y el gusto de todos aquellos que se inclinan profundamente y conmovidos ante la brillantez de su genio creativo e interpretativo.
Silencio, pues, mientras escuchamos pasar el movimiento perpetuo de su arte, con el oro y el trigo, eternos y nuestros.
José Jorge Letria