Winston Churchill es considerado uno de los estadistas más importantes del siglo XX. Nacido en 1874 de madre estadounidense y padre descendiente del duque de Marlborough, comenzó una carrera como oficial que lo llevó a participar en cuatro campañas militares en el Imperio Británico. Elegido miembro del Parlamento a los 25 años en 1900, ministro del gabinete a los 31 y dos veces primer ministro, su carrera política duró casi 60 años.
Con su humor feroz y su desprecio por el decoro, se granjeó numerosos enemigos. Se distinguió por una combinación única de valentía, inventiva, determinación —a veces rayana en la terquedad—, autoritarismo y visión histórica.
Cuando Hitler tomó el poder en Alemania en 1933, Churchill fue uno de los pocos parlamentarios que advirtió del peligro, predijo la guerra y pidió el rearme del país. Aislado en aquel momento, los acontecimientos le dieron la razón. En mayo de 1940, tras la invasión de Francia, fue nombrado primer ministro. Su discurso del 13 de mayo pasó a la historia: «No tengo nada que ofrecer salvo sangre y lágrimas». Frente a todos aquellos que negociarían una paz de compromiso, se negó a deponer las armas. «Jamás nos rendiremos», declaró el 4 de junio de 1940. Gracias a él, Inglaterra se mantuvo firme, sola, contra el nazismo, hasta la invasión de la URSS y posteriormente el ataque a Pearl Harbor.
Con su famoso puro y su V de victoria, se convirtió en la personificación del país en guerra y de la resistencia al totalitarismo. Después de 1945, se hizo famoso por su discurso de Fulton sobre el Telón de Acero y su discurso de Zúrich sobre la unidad europea. Autor de más de 40 obras, recibió el Premio Nobel de Literatura en 1953. Gran amigo de Francia, fue nombrado Compañero de la Liberación en 1958. Cuando falleció en 1965, su funeral fue digno del de un rey.